Por JOSE CARVAJAL
Por más que lo intente, todo parece indicar que Sergio Ramírez no podrá quitarse el saco de la política. Es un fantasma que lo persigue a todas partes a pesar del empeño que pone para que la gente, sobre todo esos entrevistadores que lo asedian en cada país que visita, lo miren sólo como el escritor que es.
La última vez que estuve con Sergio fue en noviembre del año pasado en un canal de la televisión local de Miami. Vino a promover su fabuloso libro de relatos breves “El reino animal”. Me dijo entonces que no sabía cómo hacerle para que la gente lo viera solamente como escritor, y para que los entrevistadores se concentraran en preguntarle sobre su obra literaria y no tanto de la actividad política que dejó hace 17 años.
Pero la bendita fama de político de Sergio se cruza siempre con el merecido reconocimiento que ha venido adquiriendo como escritor. Su activismo proselitista quedó encallado en la derrota electoral del sandinismo en 1990. Hasta entonces fue tan sandinista que llegó a ocupar la vicepresidencia de Nicaragua; de la violentamente dulce Nicaragua que transformó ideológicamente al fallecido argentino Julio Cortázar, amigo entrañable de Sergio.
De modo que hace varios años que Sergio Ramírez viene diciendo públicamente que abandonó la política para dedicarse a la literatura. Pero lo que hizo en realidad fue retomar una carrera literaria que se vio interrumpida primero por su activismo político en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza, y luego por el cargo que ocupó durante el gobierno sandinista.
Alguna vez dijo a Librusa que aquella experiencia le permitió conocer el poder a fondo, y le dio además esa imagen de político importante de la que ahora reniega frente a una generación de jóvenes latinoamericanos que creció admirándolo más como revolucionario que como escritor. Muchos de esos entrevistadores que lo asedian cada vez que visita un país de América Latina, lo hacen porque quieren conocerle personalmente antes que sea demasiado tarde.
El primer párrafo de una entrevista publicada este 2 de septiembre en La Nación, de Buenos Aires, no me deja mentir: “El impacto que provoca estar frente a Sergio Ramírez es inevitable. El reconocido escritor nicaragüense es una parte viva de la historia de América latina, de la revolución sandinista que en su país derrocó al dictador Anastasio Somoza y del compromiso que un intelectual, un buen día, decide asumir porque siente que así se lo reclama la hora histórica”.
Sergio viajó a la Argentina para promover la reedición de su libro de cuentos “Charles Atlas también muere” y el lanzamiento de otro al que escribió el prólogo, “Escritos y documentos de Augusto Sandino”. Y como casi siempre le ocurre, esta vez tampoco se salvó de las preguntas relacionadas con la política, ni de opinar de Daniel Ortega, su otrora presidente sandinista y ahora mandatario nuevamente de Nicaragua.
—¿Cómo ve hoy a Daniel Ortega, el presidente nicaragüense?, le preguntan los periodistas Susana Reinoso y Alejandro Di Lázaro.
Y Sergio responde: Daniel Ortega está metido en la lucha clandestina desde su adolescencia. Nunca tuvo una vida normal y nunca la tendrá fuera de la noria del poder. Es un hombre de poder y su estructura mental está hecha para eso. Hoy se está preparando para quedarse. Está haciendo todo para concentrar el poder en él y su familia: entra en la sustancia del viejo caudillo latinoamericano.
Es la respuesta de un escritor que protagonizó parte de la historia de su país y la de todo un continente, y que ahora está completamente alejado del poder por convicción particular. De hecho, en esa última entrevista Sergio reconoce sin tapujos que “en el poder la reflexión era poca. Estábamos comprometidos en la defensa de un proyecto político y cualquier disidencia quedaba anulada por la amenaza de que, si nos dividíamos, nos comían. En el poder no se puede reflexionar”.
Fuente: Librusa.com, 5 de septiembre de 2007
Por más que lo intente, todo parece indicar que Sergio Ramírez no podrá quitarse el saco de la política. Es un fantasma que lo persigue a todas partes a pesar del empeño que pone para que la gente, sobre todo esos entrevistadores que lo asedian en cada país que visita, lo miren sólo como el escritor que es.
La última vez que estuve con Sergio fue en noviembre del año pasado en un canal de la televisión local de Miami. Vino a promover su fabuloso libro de relatos breves “El reino animal”. Me dijo entonces que no sabía cómo hacerle para que la gente lo viera solamente como escritor, y para que los entrevistadores se concentraran en preguntarle sobre su obra literaria y no tanto de la actividad política que dejó hace 17 años.
Pero la bendita fama de político de Sergio se cruza siempre con el merecido reconocimiento que ha venido adquiriendo como escritor. Su activismo proselitista quedó encallado en la derrota electoral del sandinismo en 1990. Hasta entonces fue tan sandinista que llegó a ocupar la vicepresidencia de Nicaragua; de la violentamente dulce Nicaragua que transformó ideológicamente al fallecido argentino Julio Cortázar, amigo entrañable de Sergio.
De modo que hace varios años que Sergio Ramírez viene diciendo públicamente que abandonó la política para dedicarse a la literatura. Pero lo que hizo en realidad fue retomar una carrera literaria que se vio interrumpida primero por su activismo político en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza, y luego por el cargo que ocupó durante el gobierno sandinista.
Alguna vez dijo a Librusa que aquella experiencia le permitió conocer el poder a fondo, y le dio además esa imagen de político importante de la que ahora reniega frente a una generación de jóvenes latinoamericanos que creció admirándolo más como revolucionario que como escritor. Muchos de esos entrevistadores que lo asedian cada vez que visita un país de América Latina, lo hacen porque quieren conocerle personalmente antes que sea demasiado tarde.
El primer párrafo de una entrevista publicada este 2 de septiembre en La Nación, de Buenos Aires, no me deja mentir: “El impacto que provoca estar frente a Sergio Ramírez es inevitable. El reconocido escritor nicaragüense es una parte viva de la historia de América latina, de la revolución sandinista que en su país derrocó al dictador Anastasio Somoza y del compromiso que un intelectual, un buen día, decide asumir porque siente que así se lo reclama la hora histórica”.
Sergio viajó a la Argentina para promover la reedición de su libro de cuentos “Charles Atlas también muere” y el lanzamiento de otro al que escribió el prólogo, “Escritos y documentos de Augusto Sandino”. Y como casi siempre le ocurre, esta vez tampoco se salvó de las preguntas relacionadas con la política, ni de opinar de Daniel Ortega, su otrora presidente sandinista y ahora mandatario nuevamente de Nicaragua.
—¿Cómo ve hoy a Daniel Ortega, el presidente nicaragüense?, le preguntan los periodistas Susana Reinoso y Alejandro Di Lázaro.
Y Sergio responde: Daniel Ortega está metido en la lucha clandestina desde su adolescencia. Nunca tuvo una vida normal y nunca la tendrá fuera de la noria del poder. Es un hombre de poder y su estructura mental está hecha para eso. Hoy se está preparando para quedarse. Está haciendo todo para concentrar el poder en él y su familia: entra en la sustancia del viejo caudillo latinoamericano.
Es la respuesta de un escritor que protagonizó parte de la historia de su país y la de todo un continente, y que ahora está completamente alejado del poder por convicción particular. De hecho, en esa última entrevista Sergio reconoce sin tapujos que “en el poder la reflexión era poca. Estábamos comprometidos en la defensa de un proyecto político y cualquier disidencia quedaba anulada por la amenaza de que, si nos dividíamos, nos comían. En el poder no se puede reflexionar”.
Fuente: Librusa.com, 5 de septiembre de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario