Por CESAR PEREZ
La sociedad dominicana vive la patética tensión que le produce la intolerancia y la permisividad, dos tendencias que conviven en su seno, las cuales la corroen y hacen difícil, en extremo, el ejercicio de la libertad en sentido lato. La fascinación por el poder y los poderosos y la sumisión de muchos ante cualquier autoridad podría ser la causa de tan nefastas tendencias.
Es recurrente escuchar el lamento de que nos estamos quedando sin voces que exijan el pleno ejercicio de la libertad, la plena independencia del individuo frente a los poderes, institucionales o fácticos, y que seamos capaces de emitir nuestras opiniones sin temer las frecuentes actitudes de retaliación o de enviar al ostracismo político y social a quienes osen alzar sus voces contra los desmadres que a diario cometen los más cerrados y poderosos círculos de los poderes económicos, políticos y hasta religiosos.
El poder y los poderosos provocan una irrefrenable fascinación en la generalidad de los seres humanos. Estar cerca del poder y, sobre todo, del soberano, produce una sensación de engrandecimiento de las almas pequeñas que les da sentido a sus vidas y les produce y reproduce su esencia. En sociedades como la nuestra, de larga tradición de autoritarismo político, esa fascinación se convierte en la fuente nutricia de las actitudes de intolerancia de los poderosos y del poder.
La intolerancia se expresa en la censura a todos y en la autocensura de muchos y, lo que es peor, en la entronización e institucionalización del miedo, del miedo a la palabra y la persecución contra quienes las usan para expresar sus dudas y su libre opinión.
Esta censura no se basa en leyes que prohíben el libre ejercicio de la libertad de crítica, sino en la exclusión o reducción al máximo del mismo. Para ello se crea todo un sistema de variopintas complicidades personales e institucionales que opera como chantaje en diversas vertientes. Una de ella es la compra de lealtades a un nuevo tipo de intelectual que organiza, da forma y contenido al debate político y de las ideas creando opinión: los "programeros" de espacios televisivos y de radio, y escritores, las más de las veces a sueldo, en la prensa escrita.
Para reducir al máximo la crítica, el gobierno de turno financia, discrecionalmente, con sus anuncios los programas radiales y a cambio de lealtades de los programeros. De igual modo, muchos espacios de opinión tienen un miembro de cada partido para que éstos, desde una posición opositora o gobiernista, defiendan las ejecutorias de sus parcelas. Igualmente, los medios tienen que garantizar sus espacios a esas colectividades y tienen allí a sus columnistas.
Otra burda expresión de este chantaje es que todo se pretende reducir a la máxima de que quien no esta conmigo, está a favor de mi adversario. Quien critica las ejecutorias del PLD es del PRD y viceversa. Como si sólo existiesen esos dos partidos, se pretende la absurda obligación de siempre se tenga que elegir entre A o B, sin que se piense en la posibilidad de poder elegir C. Si no se quiere la reelección del presente gobierno, es porque se quiere que "vivamos de nuevo el 2000-2004", como si fuésemos tan imbéciles para pensar que la historia se repite y que otro gobierno, no importa de quién sea, significará otro colapso fraudulento de una parte del sistema bancario, otros Juegos Panamericanos, otra recompra de las CDE y otro Presidente con incontinencia verbal.
El chantaje opera también de otra manera: te doy una contrata, una consultoría, una colocación de un familiar en el gobierno, etc., a cambio del silencio o la crítica "políticamente correcta", reduciéndose poco a poco los espacios y las personas con posiciones críticas, no sólo a los gobiernos de turno, sino a quienes se preparan para uno nuevo. Cada vez más se reducen las opiniones independientes, haciendo muy difícil el ejercicio de la libertad.
Fuente: Periódico Hoy, 8 de septiembre de 2007
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