9.04.2007

Ella no dudó, ella se quejó

Por TONY RAFUL

No fue duda, fue queja, no fue negación de Dios, no fue brote de afirmación ateísta, fue quejumbre, fue mansa rebeldía en su interior, desacuerdo, inquietud en torno a la desesperación, la injusticia prevaleciente, el dolor inapagable, la impotencia del socorro, las tragedias inevitables. Recientemente se revelaron cartas de la Madre Teresa donde se manifiesta lo que parece ser una crisis de fe. Se trata del testimonio de una monja que hizo de su vida el apostolado más impresionante de entrega y sacrificio por los demás, quien proclamó que “hay que dar hasta que duela, y cuando duela, dar más todavía”.

La Madre Teresa era humana, su valor más señero es su humanidad, viene del barro y la sangre humana, contaminada por las culturas, predispuesta por el mandato de los genes, situada en un tiempo y espacio determinados, datada para vivir un número de años, y sin embargo entregada a una labor intensa de solidaridad, cristiana auténtica que forjó un modelo de cristianismo basado en el servicio absoluto de la fe y el amor al prójimo.

El problema creado por la duda es pérdida de fe, opera una racionalidad que no puede trascender los límites humanos, porque no podemos dejar de ser humanos como género para convertirnos en algo superior, pero la fe es una intencionalidad de salvación, pero de salvación espiritual, de lo que nos salvamos con la fe es de la conciencia de la inutilidad de la existencia humana, logramos distanciarnos del destino miserable de las especies vivas, recóndita esfera que intenta igualarnos finalmente.

La conciencia, mayor atributo de la especie humana que nos diferencia de los otros animales no es un don estable ni permanente durante toda la vida. En determinadas fases del proceso de envejecimiento la conciencia desaparece, más bien se extingue o se disminuye en una proporción que debilita la memoria hasta retornarla a funciones vegetativas. Si somos nuestra conciencia, entendiendo ésta como nuestra capacidad de discernir, de elegir, de razonar, de establecer conductas, cuando ésta se ausenta, ¿qué somos? ¿Una mole maravillosa de funcionamiento celular y reacciones químicas, distribución de órganos, que es común al reino de la vida?

El espectáculo de la vida plural y diversa es un milagro, un don gratuito, común al planeta, cuya existencia parece dotada por características únicas, que no se reproducen en nuestro sistema solar.

Dentro de ese proceso, el ser humano, no tiene mayor privilegio en cuanto al hecho de existir, que aquel del cual disfrutan todas las formas de vida, incluso las que están ahora surgiendo por vez primera, en el fondo de los mares, en los manglares o en los laboratorios científicos. La preocupación proviene del valor de la conciencia, la responsabilidad de crear un espacio de amor y solidaridad, gracias al salto evolutivo que supone la aparición de la conciencia en un momento determinado del proceso social. La desigualdad y la violencia como referentes constantes de la historia humana demuestran que esa conciencia, independientemente de sus hallazgos y aciertos creadores, es insuficiente, limitada, imperfecta, dual e inestable.

Cuando juzgamos el pecado ¿qué juzgamos? ¿La conciencia como responsable de la conducta? Y si juzgamos la conciencia, ¿acaso tomamos en cuenta ese tipo de conciencia inficionada por los instintos, condicionada de manera brutal por el desorden de su perturbabilidad y por los estímulos gratos que tienen que ver más con la especie animal que con la paz espiritual?. Si a esto añadimos la cultura, su influencia incluso geográfica, la diversidad de intereses fomentados por los afanes de dominación, ¿cómo podríamos asomarnos al laberinto de naciones y lenguas que hacen del planeta un laberinto indescifrable de pasiones?

El apóstol José Martí que era un santo laico de las palabras y de la vida como meta del decoro y la dignidad, escribió: “¿Será lícito exigir toda la responsabilidad de un crimen a aquel a quien no se dio toda la educación necesaria para comprenderlo? Impóngaseles la pena en el mismo grado que se les dio educación para evitarla”. Para Martí es la educación, el grado de responsabilidad que emana del proceso de la formación, el que determina el volumen de la culpa. La idea es en principio correcta, pero llevada a una proyección estadística, no logra explicarnos el hecho de que la comisión del crimen o el desafuero proviene muchas veces de la justificación de un tipo de educación y alta conciencia basada en el fanatismo de las ideas, aún cuando esas ideas representen la parte válida de lucha contra la barbarie. Fue bajo ideas de solvencia espiritual grandiosa y en nombre del propio cristianismo que se ejecutaron danzas macabras de terror, negando por supuesto a su propio fundador. Pretendo explicar que la conciencia es elástica, flexible, se presta a todo, y el tipo de educación recibida puede ser manipulada para legitimar el crimen, si el crimen sirve para apuntalar los propios principios educativos recibidos.
Una parte de los seguidores del Islam responden a un tipo de cultura y educación que no pueden ser esgrimidas para sancionarlos, sino para justificarlos en sus acciones desesperadas y terroristas. La conciencia sirve a uno u otro objetivo, marchan por igual sonrientes, verdugos y víctimas hacia el sacrificio, basados en el tipo de educación recibida. La conciencia por sí misma es insuficiente, lo cual se puede añadir a la propia ciencia.

La Madre Teresa de Calcuta, no dudó, se quejó, reflexionó en el sentido de cuestionar la intervención todopoderosa de Dios aplazada o ausente ante la injusticia, pero tratándose de un ser humano, especial, hermosísimo, pero finalmente un ser humano, el cerebro no está apto, no tiene el desarrollo para entender la voluntad de Dios, no puede comprenderlo, ignora sus planes, no sabe bajo qué predicamentos finales se mueve el misterio de la vida.

Fuente: Listin Diario, 4 de septiembre de 2007

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